Los primeros habitantes del territorio colombiano fueron los Chibchas, que ingresaron por el istmo de Panamá y que con el tiempo dieron origen a la cultura Muisca. Con la conquista española estas poblaciones asentadas en el hoy altiplano Cundiboyacense, devastadas, parecieron desvanecerse, sin embargo  lograron trascender en el tiempo a través de un legado cultural y deportivo, el Juego al Turmequé, que llega hasta nosotros como el resultado de prácticas nativas modeladas por la colonización y la modernidad, prevaleciendo hasta nuestros días como consecuencia de la simbiosis cultural del encuentro de dos mundos que se funden para dar lugar a nuestra realidad Colombiana, que cada día se reinventa con nuevas y mejores prácticas sin olvidar sus raíces.

Le debemos al Municipio de Turmequé, en Boyacá, ser cuna, gestor y salvaguarda de la manifestación deportiva que lleva su nombre y que se juega con un tejo, la cual es Patrimonio cultural Inmaterial de la Nación según Ley 1947 de 2019 y el Juego al Turmequé es nuestro deporte nacional, según Ley 613 de 2000.

Al no haber pruebas documentales, la tradición oral lo ubica entre los límites de la leyenda y la historia, que entremezcla hechos reales con fantasías maravillosas conservadas en la memoria colectiva de los Turmequenses. El juego al Turmequé es el resultado de la conjunción y legado de toda esa riqueza cultural intangible de una civilización que prevalece a través del tiempo. Es el mensajero de Chiminigagua,  Bachue, Bochica y Chía que hoy retumba entre campos y poblados para recordar nuestro origen, es el dorado inmaterial que nadie pudo usurpar y representa nuestra identidad y riqueza cultural preservada para las presentes y futuras generaciones.

Existimos como nación porque somos un grupo de personas con un mismo origen étnico, compartiendo historia, cultura y costumbres, lazos que nos dan cohesión y sentido de pertenecía, somos un país porque creemos en un ideal llamado Colombia y como los Chibchas pertenecemos a una misma familia y esto nos debe llamar a ser autóctonos porque tenemos el privilegio de vivir en el territorio donde nacimos, legítimos porque nos han forjado las mismas circunstancias y auténticos siendo orgullos de lo que  somos.